Sé que no soy la única sintiéndose fuera de lugar los últimos 3 años. He leído acerca de los efectos físicos y mentales de las cuarentenas y aislamiento pero no lo suficiente acerca del ejercicio de introspección al que forzadamente fuimos sometidos durante ese tiempo y el hecho que muchos de nosotros no hemos tenido ni el tiempo ni recursos para procesar aquel encierro y ansiedad. Cuando las escuelas en las que estudiamos, las compañías para las que trabajamos y todas las instituciones y organizaciones a nuestro alrededor no se detienen por un segundo, la única opción es igualar ese ritmo y aceleramiento–«no hay tiempo que perder». Pero lo cierto es que todos despertamos un día en un mundo diferente después de estar encerrados en nuestras casas por meses, pero, ¿es realmente diferente? De algo estoy segura y es que colectivamente cambiamos como especie gracias a la pandemia, pero quizás el cambio aún no aplica al mundo en el que vivimos– naturalmente cualquier sistema puede tardar siglos en ser modificado, entiendo que sería ilógico pedir un mundo distinto en tan solo un par de años. Y ésta evolución en proceso es de lo que quiero escribir. Quiero hablar de lo difícil que han sido estos últimos años para muchos, incluyéndome, porque creo que ya no hablamos de esto lo suficiente; ósea, ya pasó de moda.
El encierro hizo que nos detuviéramos por un momento, y cuando llevas años viviendo sin pausa y a toda velocidad dado a la cultura del «grind», siempre pensando en productividad laboral y en los diferentes niveles que adquirir para ser respetados en esta sociedad, normalmente hacemos a un lado a nuestra salud mental e ignoramos conceptos muy valiosos dedicados a ayudarnos a entender quiénes somos y el porqué hacemos lo que hacemos y qué nos hace felices. Nunca hay tiempo para eso porque según nuestros jefes no es productivo (como si un empleado agotado lo fuera, ¿no?–aunque hablaré más de «burnout» en un futuro, ésta es la última entrada que escribí al respecto). Precisamente ése fue quizás el único beneficio de la pandemia: muchos de nosotros comenzamos o continuamos ese proceso de reflexión interior, sin ningún tipo de guía (lo cual no siempre es bueno). Personalmente, he continuado dicho proceso ya que me he rehusado a olvidar aquellos momentos de pánico, meditación, a veces depresión, pero siempre de entendimiento hacia quien soy. La soledad es una amiga con quien debemos sentirnos cómodos, pero no siempre es una experiencia placentera.
Éste proceso me ha cambiado. Me ha hecho enfrentar mis pensamientos más obscuros y ver las partes no tan bonitas dentro de mí. He reflexionado sobre errores pasados, vergüenzas, momentos y experiencias que pensé ya había enterrado hace años pero que en realidad evadí por años, décadas. Es increíble lo mucho que puedes aprender contigo misma, pero tampoco significa que todo esto es fácil. Una mirada a tu interior despierta fantasmas, lo cuestiona todo y te deja con la versión más cruda de ti–la introspección es un ejercicio de autoaceptación. Siento que solo al aceptarnos a nosotros mismos finalmente entendemos quiénes somos y a dónde nos dirigimos, pero el primer paso es explorar lo que se nos dificulta aceptar.
Como escribí al principio de esta entrada, últimamente me he sentido fuera de lugar, y naturalmente le echado la culpa a los más recientes cambios en mi vida: nueva casa, nueva ciudad, nuevo empleo, un nuevo tipo de soledad. Pero se me había olvidado el cambio más grande de todos: mi nuevo entendimiento y aceptación de quién soy, y el agotamiento vinculado a este proceso. ¿A qué me refiero cuando digo que me siento fuera de lugar? Me refiero a comportamientos y emociones que nunca antes habían estado tan presentes (no que no me haya sentido familiarizada antes, pero de repente todo lo siguiente importa más): mi falta de amistades cercanas o siquiera un grupo social al que pertenezca; la poca paciencia con la que funciono día a día; lo infeliz que me siento con mi apariencia física; el hecho que no estoy en dónde quiero estar en muchas partes de mi vida, incluyendo mi carrera y sueños profesionales; lo mucho que extraño la escuela; y para acabarla, creo que el invierno está afectando a mi salud mental negativamente, y me acabo de mudar a Minnesota hace unos meses, un estado famoso por sus inviernos brutales.
Enfocarme en lo positivo (lo cual es mucho y entiendo lo privilegiada y afortunada que soy en varios aspectos) obviamente ayuda, pero también es importante analizar y SENTIR todo lo que no es color rosa. «La vida no es perfecta y tienes que aprender a disfrutarla con todo e imperfecciones…». ¿Cuándo se convirtió ilegal sentir ciertas emociones? Si tú como yo recientemente has empezado a conocerte, así como no podemos esperar automáticamente aceptar y adorar a un extraño no podemos establecer una meta tan rígida en la exploración de nosotros mismos. Pero hay algo de verdad en la fuerza del optimismo–porque así y nada sea perfecto, seguimos aquí y eso vale mucho más y requiere valentía, y lo que sea que nos encontremos haciendo es mejor que no estar aquí.
Aunque acabo de expresar la importancia de no ignorar emociones, a veces es mejor ignorar ciertas incomodidades arraigadas en lo superficial. Ejemplo: El no estar conforme con mi apariencia física no significa que tengo que enfocarme en ello 24/7–¿cuál sería el beneficio de eso? En lo que sí he estado trabajando y que me gustaría hablar más al respecto es mi gordofobia internalizada y el cómo pasé años hambrienta y privilegiada, pues no fue por falta de recursos (bueno, por lo menos la mayoría de ese tiempo no) pero por lo que había escuchado por tantos años: «estás más chonchita, tienes que cuidarte», «cuando crezcas ya no vas a poder comer así; nadie quiere a una mujer gorda», etc. El otro día fui a mi chequeo ginecológico y vi mi peso (normalmente no me peso nunca a pesar de ir al gimnasio seguido) y en lo que entraba el doctor al cuarto me estaba viendo en el espejo y me preguntaba a mí misma cómo es posible que haya ganado tanto peso en tan solo un año. Empecé a recordar mi dieta y rutina hace 2-3 años, y como nunca desayunaba o cenaba seguido. Desayuno: plátano con café, almuerzo: sushi y kombucha, cena: opcional/pretender que aquello es suficiente (veía los desmayos en la regadera como mi siesta diaria). Hasta que un día, salí exhausta y temblando del trabajo, llegué a mi apartamento y pedí Pad Thai 🙂 Empecé a escuchar a mi cuerpo y lo que necesitaba, y se lo di. El resto es historia.
Hice un pequeño ejercicio para mi niña interior y me puse a «recortar» fotos recientes (y una no tan reciente) en mi teléfono para crear un collage de mi vida últimamente. Sentí que lo puso todo en perspectiva y que aunque me encuentro más consciente de quién soy y de lo complicada que puede ser la vida, todo ha sido para bien.
La ignorancia no siempre es felicidad.

Es mejor subir de peso que pasar una vida hambrienta por decisión propia.
Siempre es mejor disfrutar de la fiesta que no ir por miedo a criticas que no tienen que definir quiénes somos.
Es mejor perseguir nuestros sueños con inseguridades que quedarnos estancados.
Es mejor fracasar que no intentar (mucho cliché, pero cierto).
Es mejor escribir un domingo en la mañana toda fodonga con tu gatita encima de ti, que no escribir 😉
La vida sigue. ¿Qué momentos crearemos hoy?