¡Holis! Sé exactamente lo que estás pensando: “Güey, no mames. No puedes decirle al mundo que vas a empezar a leer La campana de cristal e inmediatamente desaparecer de la faz de la tierra por más de un mes..», pero ya sabes que me gustan las pausas dramáticas. ¡Y he regresado! Y he terminado de leer la única novela de Plath. Una lectura un poco cruda a veces no solo gracias a la trama de la historia en sí, sino también por el lenguaje anticuado con comentarios racistas–lo cual es lamentablemente lo que se espera de las novelas de esa época. Nos encontramos en 1953 siguiendo la vida de Esther a partir de sus 19 años, quien recibe la oportunidad de dejar su hogar en Boston, Massachusetts para participar en un programa de escritura en Nueva York.

Lo más interesante de esta novela desde mi perspectiva fue el lento, y a la vez rápido, declive de la salud mental de Esther con cada experiencia durante sus prácticas o internado en NY, un descenso mental atribuido totalmente a la presión ejercida sobre las mujeres durante ese período y aun hoy. Esther atraviesa por experiencias violentas ejecutadas por hombres violentos, al igual que decepciones motivadas por hombres mediocres. A través de su monólogo interior podemos deducir que su pesimismo solo crece cada día, y si a eso le agregamos toda la presión que viene con ser mujer, digamos que cualquiera puede enloquecer, especialmente a esa edad.

Creo que Esther exhibe síntomas de manía al igual que depresión. Por ejemplo, después de casi ser violada en una fiesta, esa misma noche Esther tira todas sus cosas cuando llega a su cuarto en NY y regresa a casa a vivir con su mamá con la esperanza de conseguir otra oportunidad académica similar, lo cual no resulta triunfante. Otro ejemplo quizás más alineado con su depresión son sus relaciones y problemas de apego, como su novio Buddy, a quien mantiene en su vida a pesar de no quererlo y hasta verlo como lo que es: otro símbolo más de las expectativas sociales que inspiran la lucha dentro de Esther–que viene siendo mi característica favorita de este personaje, el no conformarse con un estilo de vida solo por ser aceptado en sus círculos.

Las relaciones de Esther parecen ser unilaterales; Esther describe a sus amistades a través de lo que las personas en su vida pueden hacer por ella y su crecimiento; sus descripciones de experiencias por vivir casi se sienten como listas de tareas pendientes, y cuando no ve uso de alguien en su vida, puede llegar a ser cruel.

La novela en sí está repleta de sarcasmo y humor negro, y lo aprecié bastante, pues agrega un filtro de suavidad a eventos trágicos e incómodos, realzando la fluidez de esta lectura. La campana de cristal me hizo reír, llorar, sonrojar incómodamente y querer sumergirme en una tina con agua hirviente después de ciertos capítulos.

Vi mi vida extendiendo sus ramas frente a mí como la higuera verde del cuento.

De la punta de cada rama, como si de un grueso higo morado se tratara, pendía un maravilloso futuro, señalado y rutilante. Un higo era un marido y un hogar feliz e hijos y otro higo era un famoso poeta, y otro higo era un brillante profesor, y otro higo era Europa y África y Sudamérica y otro higo era Constantino y Sócrates y Atila y un montón de otros amantes con nombres raros y profesionales poco usuales, y otro higo era una campeona de equipo olímpico de atletismo, y más allá y por encima de aquellos higos había muchos más higos que no podía identificar claramente.

Me vi a mí misma sentada en la bifurcación de ese árbol de higos, muriéndome de hambre sólo porque no podía decidir cuál de los higos escoger. Quería todos y cada uno de ellos, pero elegir uno significaba perder el resto, y, mientras yo estaba allí sentada, incapaz de decidirme, los higos empezaron a arrugarse y a tornarse negros y, uno por uno, cayeron al suelo, a mis pies.

Sylvia Plath, The Bell Jar

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