El invierno te juzga
de la manera más cruda
y brutal,
aislándote de todo
menos de tus pensamientos
entre el viento cortándote en dos,
y los trucos perversos de tu mente.
Pero todos necesitamos ser juzgados así a veces,
todos merecemos sentirnos así de vez en cuando;
como simples humanos.
No recuerdo la última vez que pude parar el tiempo en esta época del año. La última vez que me senté enseguida de una ventana en la comodidad de mi hogar a leer un buen libro mientras veía el atardecer. Sin preocupaciones de la vida cotidiana; solo paz, descanso, tiempo con mi esposo y gatijos, buena comida, obsequios y calles brillantes vestidas de luces y color que no había podido realmente disfrutar desde mi niñez.
Es importante hablar del brinco de responsabilidad entre los 18 y 29 (sigo sin creer que el fin de mis veintes se aproxima). En tan solo unos años, tomamos decisiones tan importantes que creemos definitivas, para verlas desmoronarse en mil pedazos frente a nosotros, enseñándonos a levantarnos, renacer y volver a intentar.
Entre caída y levantada, entre lección tras lección, se nos olvida parar el tiempo. Nada nunca es suficiente para sentarnos a leer ese libro. Ni las mejores calificaciones, ni el más reciente ascenso o bono, o cualquier otra meta o sueño que nos propongamos cumplir. En mi vida, siempre ha habido «algo» desmotivando mis ganas de disfrutar del momento. Pero por primera vez no me siento así. Por primera vez, estoy aquí. Presente. Descansada. Feliz. Escribiendo. Amando en voz alta.
Y por primera vez en dos años viviendo en Minnesota, permito que el invierno me juzgue. Estoy lista para ser juzgada así. Para recordarme que, aunque las cosas estén cerca de la perfección hoy, mañana pueden que no. Y, ¿quién me dará permiso entonces para estar aquí de vez en cuando, entre todo el caos?



Deja un comentario